lunes, 15 de septiembre de 2008

"He`s not daddy!" - Entre la estructura y el cliché.

Dentro de una visión lacaniana de las estructuras clínicas, Joel Dor muestra como lo que está en juego no es el nivel sintomático (propio del modelo médico), sino el de los rasgos estructurales. Estos rasgos no son propiamente síntomas, sino elementos que nos hablan de aquella estructura psíquica “elegida” en la relación que tiene el sujeto con la función fálica. Es imperativo entonces describir el drama edípico, y la consiguiente forma en que las diferentes estructuras se inscriben en sus diferentes posibilidades. Tocamos acá el tema de la dialéctica entre el ser y el tener, dialéctica en la que el niño de identifica con el falo de la madre. para posteriormente, ser castrado simbólicamente, lo que lo lleva o a identificarse con quien tiene el falo, o con quien no lo tiene.

Mas específicamente, Dor describe al falo como el elemento cuya relación con el sujeto es la que constituye y ordena la posibilidad de su deseo (entendido como deseo del Otro, y por ende el falo como significante del deseo del Otro). Inicialmente el niño se identifica con el único objeto de deseo de su madre (su Otro), con su falo, en un momento denominado identificación fálica. El niño imagina a la madre como colmada por éste único objeto de deseo que se identifica con él mismo, y que la instituye como carente de falta. Posteriormente, la entrada del padre lo plantea como alguien que también participa del deseo de la madre, y que puede también satisfacerlo. El niño se da cuenta entonces de que aquello con lo que se identifica (el falo) es realmente algo que se tiene o no, que su padre lo tiene y que puede por lo tanto llenar la falta de la madre. El niño atribuye al padre el falo (atribución fálica), y éste a la vez ejerce la función fálica de ser una instancia simbólica mediadora entre el niño y la madre: el padre simbólico. Entonces, el padre imaginario es simplemente aquel que cuestiona la identificación fálica del niño (su ser el falo), y es aquel enemigo que es también objeto de deseo de la madre, pero es simbólico en tanto representante de la Ley.

De esta forma, con respecto a las estructuras, la función paternal instituye un derecho al deseo (del Otro). En el caso del perverso, la ley del deseo es la suya, y no la del otro. Así, el perverso desafía y transgrede la ley, e intenta hacer que el otro goce tal como su madre gozó con él (que, repito, es el falo). La renegación del Nombre del Padre por parte del perverso funciona como reconocimiento y consiguiente negación de su autoridad: no es una forclusion al estilo psicótico -el perverso ha estado bajo la Ley paternal, pero intenta rechazarla, desafiarla, y determinar su propio deseo-. La relación entre la trasgresión perversa y la obsesiva es interesante, pues el segundo se esfuerza futílmente por transgredir, sin lograrlo nunca. Es más, como se verá, el obsesivo lucha contra este deseo de trasgresión al defender la legalidad.

El histérico, por otra parte, posee el falo y no lo es. Su servicio al deseo del Otro la plantea como influenciable, y su posesión del falo como interesada en la atención que aquello conlleva: satisfacer el deseo del otro, sin satisfacerlo nunca realmente para así asegurarlo mejor. La relación de la histérica con el sexo está gobernada por la falta, porque buscan el falo (que creen encontrar) en el otro. La búsqueda de perfección (inauténtica) se relaciona con su sentirse imperfecta en lo físico e intelectual. Así, rasgos estructurales serian buscar ser el reflejo del saber del otro –y de su discurso (histérico, del otro)-, ser servil al Amo, o incluso que su pareja sea una versión superior de su propio padre. A la luz de esta descripción que Dor hace de la histérica, las intervenciones clínicas de Roger Swanson parecen aun mas cercanas a nuestro pequeño saber-poder.

Mientras tanto, en el caso del obsesivo su deseo implica la necesidad, pues como dice Dor, el pase desde la necesidad al deseo fue demasiado apresurado, a lo que se suma una imposibilidad de expresar la demanda. El obsesivo ocupa el lugar de objeto del goce del otro; se queja, y así hace resurgir el estatuto fálico infantil del que gozaba cual hijo privilegiado. Hay también una culpabilidad por dicho privilegio casi incestuoso, y temor a la castración (simbólica). Como el obsesivo es un todo-para-el-otro (pues tiene el falo que el Otro desea) no puede perder: debe controlar todo para que el otro no se escape ni desee; el otro debe gozar con él pues el obsesivo lo completa. Si pierde, se cae su imagen narcisista, su estatuto fálico, y hay castración. Pero hay al mismo tiempo culpa por la ley del padre omnipresente. Como el obsesivo quiere destronar al padre, hay eterna rivalidad con el. Entonces, mientras el histérico quiere destituir al Amo, el obsesivo quiere serlo, pues tiene como fantasma un goce sin falta. El control omnipresente lo lleva a confrontarse con la trasgresión. Pero a diferencia del perverso -quien también actúa y determina su propio deseo en torno a un goce que él completa- el obsesivo no lo hace sino en la escena fantasmática. Así, la posición legalista debe tomarse como medida inversa del deseo de transgredir.

Para finalizar, sólo quisiera proponer esbozos de una reflexión, y parafrasear unas líneas ya vistas en la escena youtubeada. “Interesantes descripciones de las estructuras clínicas”, dice un estudiante ávido de todo lo Lacan related. “No, son clichés”, dice un Joel Dor hipotético y consciente del elemento estético que se juega en ese platonismo de las estructuras que es el Estructuralismo. Un platonismo de los clínicos, dirían algunos. Mientras tanto, las implicancias éticas, estéticas y clínicas que el nexo entre estructura y cliché tienen, pertenecen a la conversación casual determinada por el Otro lingüístico, no a la propia del Otro informático.

Rodrigo F.